miércoles, 14 de enero de 2015

EL PERDON


Cuando alguien nos lastima, engaña o trata mal, llenamos nuestra vida de rencor, sin pensar en las consecuencias que esto nos puede acarrear. Entonces, es muy común decir: “Lo siento, pero no puedo perdonar, no me nace” o “Que le perdone Dios porque yo no puedo”. Sin embargo, olvidamos que el perdón no es un sentimiento o algo que debe venir de la emoción. El perdón es una decisión, un acto de voluntad. Cuando no perdono, la ofensa no sólo se alberga en mi mente sino también en mi corazón, y eso termina lastimándome aún más, enfermándome y llenando mi vida de amargura. Humanamente es difícil no recordar lo sucedido, aquello que nos causó dolor o frustración, pero, cuando realmente tomo la decisión de perdonar y lo hago, esos recuerdos ya no me duelen ni lastiman. Y así, no sólo libero a quien me ofendió sino que me libero a mí mismo de seguir sufriendo por vivir con rencor o amargura. Si bien, el perdón es un acto de amor a uno mismo, ya que es una liberación personal, también es un acto de obediencia al mandamiento divino de amar a mi prójimo como a mí mismo. Ya lo decía William Shakespeare: “El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra y es dos veces bendito, bendice al que lo da y al que lo recibe.” Autor anónimo.